1.
Washington Square Park. “¡Oye los pájaros cantar, mamá!” “Sí, es la primavera. Los pájaros están felices”. “¿Tú estás feliz, mamá?” “¡Claro! ¿Tú no?” “No tan feliz como los pájaros.” “¿De verdad? ¿Por qué no?” “Porque no.” Una pausa. “¡Mira la ardilla, mamá!” “¿Quieres darle de comer esta galletita?” “Sí, dámela.” “Cuidado. Deja la mano quieta. No dejes que te muerda la ardilla.” “Voy a tener mucho cuidado, mamá.” Pausa más larga. “¿Qué pasa si me muerde la ardilla?” “Te va a doler el dedo. Te va a salir sangre. La ardilla puede estar enferma. Te puedes enfermar. Te podrías morir.” La pausa más larga. “¿Tú te vas a morir, mamá?” “Todo el mundo se muere, tarde o temprano.” “¿Pero te vas a morir ahora?” “No, a menos que me muerda la ardilla.” “¿Yo me voy a morir, mamá?” “Probablemente.” “¡Por favor no digas eso, mamá!” “Pues ten cuidado. No te quites la mascarilla. No le des de comer a la ardilla. Mete las manos en los bolsillos. Camina recto. Deja de reírte. Deja de imaginar que los pájaros te están cantando a ti.”
2.
Las verdades que eran evidentes por sí mismas, en práctica no lo son. ¿Caerá el homo invictus? Las barajas están sobre la mesa. La rueda está girando. Llegó la hora. La pregunta no es, “¿La vida continuará?” La pregunta es: “¿Qué tipo de vida?”
Los daneses pagan aproximadamente 55% de su salario en impuestos; la tasa es alta, comparada con la de Estados Unidos. Por sus impuestos, los daneses reciben atención médica gratuita, educación gratuita de kindergarten a universidad, excelente educación preescolar subvencionada, una fuerte red de seguridad social y niveles muy bajos de pobreza, indigencia, crimen y desigualdad. Un apartamento de 3 dormitorios en el centro de la ciudad de Copenhague se alquila por alrededor de $2300 dólares, y menos a las afueras de la ciudad. En promedio, los daneses viven dos años más que los estadounidenses.
3.
Que la vida continúe no es sorprendente. La pregunta es: ¿Qué tipo de vida? Si el Covid no es el apocalipsis (y yo no creo que lo sea) entonces ¿qué tipo de existencia queremos nosotros—como individuos, como artistas y académicos, como miembros de familias, comunidades y sociedades—cuando disminuya el virus? ¿Será que la pandemia implicará el fin de la globalización, cuando las entidades antes llamadas “naciones” vuelvan a erigir las fronteras, traigan la manufactura “a casa” otra vez, reduzcan los viajes internacionales y se enfoquen en lo cercano-y-similar? Ese es un impulso fuerte, con algunos puntos buenos, pero básicamente, es defensivo. No soy fanático de la globalización, pero detesto aun más el nacionalismo y las furias que ha provocado a lo largo del tiempo y que provocará otra vez si se revitaliza. La enfermedad es mala; la guerra es peor.
Espero que después del Covid amanezca un mundo más integrado que antes, más cooperativo, más enfocado en los dos extremos (si me lo permiten): lo íntimo-familiar-local por un lado, y lo regional-continental-global por el otro. En un mundo así, las naciones convertirán sus espadas en rejas de arado; los cerdos, las gallinas y el ganado no serán criados en condiciones brutales y luego sacrificados en fábricas; las corporaciones operarán en beneficio de todos, no solo de los accionistas. Para el mundo entero: atención médica 100% gratuita; educación de alta calidad gratuita hasta la universidad; un “salario máximo” al igual que un salario mínimo, separados el uno del otro por menos de un factor de 5. En términos del performance y la docencia, dos cosas han marcado mi vida: más performances y aulas híbridas, más eventos y cursos sitio-específicos. Quiero que los Zoom y los encuentros cara-a-cara trabajen en conjunto. Sí, Richard el Optimista está escribiendo esto. Sin embargo, durante esta interrupción impresionante y aterradora, el Optimista canta.
4.
Una mujer, muy angustiada, se me acercó tambaleando en Broadway cerca de la calle 8. “¡Tengo hambre! ¡Mis hijos tienen hambre! ¡Nadie me ayuda! ¿Usted me podría ayudar?!!!” Se abalanzó hacia mí, las mejillas muy rojas, no de felicidad, sino de fiebre o alcohol, y me asusté—no quería que se me acercara. “¡Todo el mundo huye de mí! Ayúdeme, ¡por favor, por favor, ayúdeme!” Saqué mi cartera y encontré un billete de $5 dólares. Estiré el brazo y los dedos lo más que pude. Me arrancó el billete como un gorrión picotea una migaja. Miró el billete. Sus ojos negros brillaron, asombrada. Su cara se iluminó, tan feliz. Al arrebatarme el dinero, me tocó las puntas del dedo índice y del dedo corazón con sus dedos. “¡Gracias, muchísimas gracias!” Dios mío, me tocó. Pensamientos y sentimientos en conflicto me asaltaron al instante. Estaba infectada y ahora me había infectado a mí. Ella era Jesucristo, o me fue enviada por Jesucristo, para ponerme a prueba… ¡a mí!, que ni siquiera soy cristiano. “En cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis.” Oí el “aun a los más pequeños” una y otra vez. El mundo está tan lleno de los más pequeños. Jesucristo tocaba a los leprosos, no les tenía miedo. ¿Yo? Yo me alejé de esa mujer de un salto, incluso mientras la ayudaba (un poco). Cuando seguí mi camino, sin voltearme para ver adónde se había ido, me pregunté: ¿podría yo abrazarla, envolverla en un abrazo amoroso? ¡No, no! Hasta el más mínimo contacto, como el Dios de Miguel Ángel creando a Adán, me perturbaba. Pero en el cuadro de Miguel Ángel hay un espacio minúsculo entre el dedo de Dios y el de Adán. Su poder se transmite a través de esa distancia diminuta pero absoluta. Mientras caminaba por Broadway, decidí no contarle a nadie lo que había pasado. La marea baja, la marea sube.
5.
De una manera profunda, disfruto el silencio, el aislamiento, el olor monástico de la situación, si tan solo la circunstancia subyacente fuese más… qué… “espiritual”. Los monjes y los ascetas se retiran del mundo, se aíslan, se aseguran de no inmiscuirse. Los jainistas caminan con escobas por delante para no pisar un insecto sin querer. Los Yamabushi japoneses buscan las montañas, los sadhus de la India simplemente caminan. En esta ‘niebla de guerra’, ¿estamos practicando una retirada estratégica? De ser así, ojalá salgamos beneficiados a la larga.
6.
Una supernova explota en un resplandor (casi) incalculable, un brillo que sobrepasa la capacidad de ser visto. Lo que queda atrás, una corona de manchas estelares, gases que fluyen en el firmamento, el rastro del colapso y luego la expansión de energías, de super-compresión a propulsión externa a hoyo negro que absorbe toda la luz. El límite del evento, que es mi recuerdo, mi incapacidad de recordar el país sin descubrir desde cuyo límite no regresa ningún viajero. No ‘sin descubrir’, sino profundamente desconocido. El pasado antiguo que es mi pasado íntimo, mi niñez antes de ser siquiera niño, siendo la supernova el vientre que me expulsa a la luz del día.
—New York City, 16 de mayo de 2020
Traducción de Marlène Ramírez-Cancio.
Richard Schechner es editor de TDR, autor, director teatral y profesor emérito en el Departamento de Estudios de Performance de la Universidad de Nueva York. Es autor de Environmental Theater, Performance Theory, Between Theater and Anthropology, The End of Humanism, The Future of Ritual , Performed Imaginaries y Performance Studies: An Introduction. Fue director de producción del Free Southern Theater y también fundó el Performance Group. Ha dirigido teatro, facilitado talleres e impartido clases en América, Europa, Asia, Africa y Australia.
Marlène Ramírez-Cancio es Directora Asociada del Instituto Hemisférico de Performance y Política. Con sede en la Universidad de Nueva York, Hemi conecta a artistas, académicos y activistas, construyendo espacios de investigación creativa y práctica crítica que dinamizan las luchas por la justicia en las Américas. Marlène también forma parte de la Mesa Directiva del National Performance Network y del Comité Asesor del Center for Artistic Activism, y es co-fundadora y co-directora de Fulana, un colectivo de mujeres latinas cuyos videos satíricos han sido exhibidos internacionalmente y cuyos miembros conducen talleres de sátira para artistas emergentes.