La realidad mató el reality show

1.Cuando te pones a pensarlo, parece increíble. Se suponía que cientos de millones de personas en este lugar llamado los Estados Unidos continuarían viviendo de esta forma—¿pero por cuánto tiempo? ¿Hasta la destrucción del mundo?

Para lxs ciudadanxs blancxs, en particular, de clase media y para arriba, a nuestras personalidades se les asigna la performance de distanciarnos de la violencia de nuestro capitalismo colonizador. Nos cuesta mucho trabajo, pero es un trabajo sumergido en la profundidad de nuestro ser, fuera del alcance del pensamiento discrecional. Estamos agotadxs por algo que no enfrentamos directamente. A penas percibimos nuestra propia crueldad indirectamente, en la cámara de resonancia de los medios masivos. El surgimiento del “Reality Show” a principios del siglo XXI y de la estrella infantil del género, Donald Trump (“¡Estás despedido! ¡Fracasaste! ¡Sal de aquí!”), fue tan solo el despertar de los medios de comunicación a la aventura rompe-almas de vivir matando. 

¿Cómo es que las personas blancas evadimos todo esto por tanto tiempo? ¿Acaso no toma un esfuerzo monumental cambiar de tema? Nuestra matanza de la gente que vivía aquí primero. Nuestra aceptación de la esclavitud y sus formas subsiguientes, Jim Crow, etc., y el más reciente y camuflado racismo libertario y corporativo…

En medio de esta construcción colonial, se supone que la vida cotidiana no se debería ver afectada, al menos en la medida en que podamos seguir funcionando como consumidores. Pero el costo psicológico de cargar viejos y nuevos crímenes nunca se ha medido o comprendido. Esta es una amnesia con fines de lucro, y la negación de los crímenes racistas y sexistas no es diferente a los intentos de desear que el COVID-19 desaparezca por acto de magia. 

Trump es un vocero de circo para el capitalismo y opera sin mucho cerebro que digamos. Lo que él tiene son impulsos neuróticos desarrollados a lo largo de su vida por respuestas pavlovianas al dinero. Observar su ‘pensamiento mágico’ mientras el virus inundaba nuestro país me recordaba directamente del movimiento anticiencia y de la larga serie de grandes silenciamientos a lo largo de nuestra historia que se han puesto en escena de forma tan dramática en respuesta a todo, desde el calentamiento global hasta las tasas de mortalidad de las mujeres trans negras y de otras comunidades no-blancas. Con la pandemia del coronavirus y con Black Lives Matter, sin embargo, esta autocensura consagrada no funciona.

2. Muchísimos de nosotrxs ya no podemos tolerar esta violencia y encubrimiento en Estados Unidos. La transformación casi religiosa en nuestra cultura durante el verano de 2020 difícilmente puede exagerarse. ¿Cómo ocurrió esto? Los antecedentes de ese cambio fueron producidos por una serie de condiciones inéditas: Trump, el COVID-19, el confinamiento, las mascarillas, el distanciamiento y la muerte a escala mundial. La incitación a la claridad fue el asesinato de George Floyd el 25 de mayo en Minneapolis.

Un hijo clamó por su madre muerta. Nos miró a los ojos. La resistencia surgió dentro de cada uno de nosotrxs, sacada a la superficie por un nivel de ira que ha sorprendido diariamente al poder y a las instituciones desde entonces. Nos lanzamos a las calles en grandes multitudes, especialmente la gente joven, pero todo tipo de persona, exponiéndose al COVID-19 y a la policía. Todas las manifestaciones y marchas fueron lideradas por personas negras, pero también había un tipo de liderazgo que emanaba de una intención general, un fluir y una emoción—porque el sonido de la consigna “George Floyd! Breonna Taylor! Ahmaud Arbrey!” era fácil de encontrar, pero un líder físico, con un megáfono, se podía perder en la multitud. 

A veces había muchas marchas entrecruzando la ciudad, encontrándose, saludándose, fundiéndose unas con otras. La marcha “Black Trans Lives Matter” (Las Vidas Negras Trans Importan), que reunió a 20.000 personas, atravesó la manifestación de “Caribbean Black Lives” (Vidas Negras Caribeñas) caminando desde el Museo de Brooklyn hasta el centro de la ciudad, y otras marchas socialistas y en contra de la gentrificación se fueron sumando en el camino. En “Juneteenth” (el 19 de junio, conmemoración del fin de la esclavitud) hubo unas cien manifestaciones y marchas en los cinco condados de la ciudad de Nueva York.

En nuestra familia tuvimos tres arrestos y dos noches en la cárcel, pero ninguna enfermedad (que sepamos) resultó de habernos zambullido entre multitudes y policías. En nuestra comunidad de 40 cantantes del Coro Stop Shopping (Pare de Comprar), hemos tenido casos de enfermedad pero no hospitalizaciones. Para el fin de semana del Orgullo Queer, un mes después del asesinato de George Floyd, estábamos cantando en el jardín en el techo del 388 de la Avenida Altantic en el centro de Brooklyn, cantando a través de nuestras mascarillas. Mil docientxs enfermerxs y doctorxs de hospitales locales pidieron al público algo muy inusual: que apoyáramos las protestas callejeras de Black Lives Matter, explicando que lxs valientes manifestantes tenían razón al correr el riesgo de enfermarse y morir de COVID-19 con tal de permanecer en las calles y luchar contra el racismo. 

El viento arrasador de la conciencia ha alcanzado a todos de una forma inmediata y contundente, y que se siente más profundamente que cualquier cambio cultural en la historia reciente.

El coronavirus le dio a Black Lives Matter una urgencia de vida o muerte—una urgencia que provino de una fuente distinta a la violencia policial. Esto no causó confusión alguna. Más bien, el ambiente de la plaga nos puso a todxs en una atmósfera asombrosamente reveladora, como hace una buena banda sonora en una película. El COVID-19 creó un ambiente húmedo de miedo, uno que quizás haya sido novedoso para lxs participantes blancxs, pero que para las comunidades negras simplemente se sumó a los miedos de vivir bajo un régimen de racismo estructural persistente. Y resultó que el riesgo de salir a la calle funcionó. No nos enfermamos.

Para muchas personas, ya fuese viéndolo por sus pantallas o viviéndolo en las calles, el miedo al coronavirus—su control radical de la sociedad—también transmitía una especie de libertad. La fuente del virus no fue un laboratorio chino; fue algo más parecido a una súper tormenta. Fue una expresión del mundo natural en tiempos de extinción. El sentimiento de libertad venía de la relación de individuos y familias a algo más poderoso que las corporaciones y que Trump. El virus era inevitable, una declaración de un gran poder misterioso de que la muerte es parte de la vida. Esto es real. En cambio, la violencia policial se presenta como un reality show con balas de verdad.

Mucho de lo que sucedió en junio y julio de 2020 no se puede explicar. De repente, tres de cada cuatro estadounidenses reconocían la existencia del racismo. En las encuestas, más del 70% de la población decía que estaba cambiando su forma básica de evaluar las instituciones con las que interactuaban. Black Lives Matter será la frase más repetida por mucho tiempo. Las personas blancas estamos examinando todo lo que hacemos que podría permitir la violencia contra las personas no-blancas.

El viento arrasador de la conciencia ha alcanzado a todos de una forma inmediata y contundente, y que se siente más profundamente que cualquier cambio cultural en la historia reciente.

3. La realidad mató al reality show—y a nosotros nos devolvió la vida. Y nos ha devuelto al respeto por la vida de los demás. 

Al considerar la transformación que produjo Black Lives Matter, es importante combinar el movimiento de lo incorrecto a lo correcto con el movimiento de lo irreal a lo real. Muchos de nosotros hablábamos sobre el sentimiento vívido. Cuando acercas a la justicia, las sensaciones se exaltan. 

Por eso es que el coronavirus, que devolvió la muerte a la vida—una de las jugadas más honestas que existen—es tan importante en esta historia. Habíamos estado viviendo en un ambiente que creíamos haber creado democráticamente nosotrxs, pero era una vida de productos, y cada producto nos convencía de que era parte del sistema de la tierra prometida—la América próspera e inevitable. Esto es el consumismo: la sustitución (con efectos especiales) de nuestros asesinatos por entretención de todo tipo, incluyendo los asesinatos. No podemos ni contar cuántos profesionales caen muertos todos los días, esperando un aplauso. 

Con un programa tan completo de distracción y memoria torturada, con entornos de vida que parecen pasillos de espejos locos en Coney Island, ¿qué posibilidades tenemos de hacernos cargo de nuestra amabilidad personal? ¿De la justicia? ¿De la generosidad hacia los demás? Bueno, sí tenemos posibilidades cuando las exigimos. Pero el capitalismo no se irá dócilmente.

En esta vida consumista, que viene creciendo desde hace siglos hasta sumergirnos finalmente por completo, las personas blancas hemos comprado, acumulando productos, una construcción de nuestro ser que controla nuestros comportamientos, opiniones y valores cívicos. En este mundo inventado, permitimos que continuaran los asesinatos policiales de las personas no-blancas. Mientras la historia de agresión de nuestro imperio se integraba a las “películas de guerra” y las “westerns”, pusimos las matanzas más recientes en preproducción—nuestras vidas estaban programadas para aparecer en los reality shows, continuamente, una y otra vez. 

Será una larga lucha encontrar nuestro camino. Nos esperan descubrimientos en el futuro. Derribar la bandera confederada y rechazar los rituales del patriotismo sentimental en los deportes profesionales—esto es solo el comienzo. Y al regresar al espacio público para afinar nuestra expresividad de la 1ra Enmienda, en esas mismas plazas y calles que los ricos privatizaban sistemáticamente, mantendremos nuestro escenario abierto y libre. Atesoraremos el recuerdo del verano de 2020 y construiremos a partir de ello. ¿Cierto?

¡DIGAN SUS NOMBRES!

—Brooklyn, NY, 1 de agosto de 2020

Traducción de Marlène Ramírez-Cancio


El personaje del Reverendo Billy fue desarrollado a mediados de la década de 1990 por el actor y dramaturgo William Talen. El personaje  no es tanto una parodia de un predicador, sino un más un dispositivo para perturbar la línea entre la performance y la experiencia religiosa. Los académicos se han referido al Reverendo, y a la Iglesia de Stop Shopping, como “activismo escénico”, “protesta carnavalesca” y “artivistas”. https://revbilly.com

Marlène Ramírez-Cancio es Directora Asociada del Instituto Hemisférico de Performance y Política. Marlène también forma parte de la Mesa Directiva del National Performance Network y del Comité Asesor del Center for Artistic Activism, y es co-fundadora y co-directora de Fulana, un colectivo de mujeres latinas cuyos videos satíricos han sido exhibidos internacionalmente y cuyos miembros conducen talleres de sátira para artistas emergentes.