Sin aire no hay fuego

Después de la huelga transnacional feminista de este 8 y 9 de marzo, la primera acción común, ya habiéndose expandido las medidas de cuarentena en nuestro continente, fue para muchxs de nosotrxs el 1 de mayo. En esa fecha nos propusimos una coordinación feminista transfronteriza para enlazar la memoria de las luchas obreras con la huelga feminista de los últimos cuatro años. Se trató de un gesto de composición, de puesta en marcha de un engranaje de esfuerzos en medio de la pandemia. Porque la memoria es, sin dudas, la invención de zonas de contacto: de hacer tocar un tiempo y otro que no necesariamente convergen; de producir una superficie de encuentros que no es evidente que exista, de generar atracción entre eventos que por un pliegue de tiempo pasan a quedar cerca y emparentados. Poner luchas en conexión es crear memoria política.

La pregunta fundamental entonces fue organizativa: ¿qué hacer cuando estamos impedidas del uso colectivo y desreglado de la calle, el lugar que en estos años de movilizaciones feministas masivas hemos entrenado? ¿Cómo nos encontramos cuando los cuerpos están confinados, de maneras desiguales e injustas? ¿Cómo nos damos cita cuando se expande un tabicamiento de clase, de género y de raza que divide y clasifica las cuarentenas posibles? Decidimos ir narrando entre nosotres una serie de escenas durante todo el día, contándonos en vivo lo que estaba sucediendo en un lado y otro. Escenas que condensan luchas, problemas, iniciativas. Compañeras en el barrio porteño de Villa Soldati querían que se supiesen los nombres de los femicidios y los dijeron por altoparlante para que no se olvidan (otra versión de “say their names”); las compañeras de Santiago de Chile hicieron diez horas de transmisión de continuo poniendo voces (entrevistas, conversaciones, mensajes, canciones, poesías) para llenar de imágenes la consigna de que estamos ante una revuelta global contra la precariedad inducida de la vida; compañeras en Frankfurt hacen un video de otras que cuelgan carteles en los puentes contra la violencia doméstica y el aislamiento, en una edición super veloz y aprovechando que las diferencias en los husos horarios parece que nos estiran el día; en simultáneo las floricultoras de Colombia se reúnen en asamblea virtual para compartir su situación de crisis y compañeras campesinas en Argentina quieren saber qué dicen porque están en la misma; las feministas de Ecuador dicen en muchas lenguas #elcuidadosostienealmundo mientras sostienen cabildos y parlamentos feministas que se enhebran a su vez con las huelgas y movilizaciones recientes contra el saqueo del FMI; las compañeras en Uruguay escriben que “el mundo no está parado, nosotras seguimos sosteniendo la vida” haciendo eco de cuando nosotras y nosotres sí decidimos parar el mundo con la huelga feminista; las militantes de NonUnaDiMeno en las ciudades italianas proclaman que “nos hacemos escuchar!”; las enfermeras de Brasilia se paran frente a los hospitales y mandan videos con sus demandas y captan también, para avisarnos a todes, que las vienen a atacar fascistas, que les impiden su performance a los empujones; las socorristas y militantes de la campaña por el aborto extienden banderas verdes por el 1 de mayo y comparten relatos de todas las redes que están permitiendo abortar en cuarentena; las trabajadoras unidas de Perú dicen que a la normalidad capitalista no queremos volver; las feministas con voz de maíz en México entrevistan trabajadoras de las maquilas que no quieren seguir arreglando cajeros automáticos usados para Estados Unidos mientras ponen en riesgo su salud; las trabajadoras del hogar latinoamericanas sacuden las ciudades del Estado Español, y así la lista podría seguir por mucho rato porque estamos en todas partes, sabiéndonos las unas, les unes y las otras y otres conectadas, reclamando por esos trabajos precarios, migrantes, feminizados, adentro y afuera de las casas, en cada territorio.

Se trate de una movilización, de una huelga o de una ocupación, las acciones (o suspensiones), envuelven un ritmo y una composición (un amasijo de memoria y futuro) que hacen que circule el aire y así logran que el fuego prenda.

Todo eso pasaba el primero de mayo pero de algún modo sigue pasando. Las citas de esos eventos coordinados nos permiten visibilizar y prestar atención a una red de lugares, conflictos, resistencias e invenciones que se traman cotidianamente y que en un día las ponemos en contacto, para mapear su cercanía, para producir proximidad. Este 3 de junio, quinto aniversario del grito colectivo NiUnaMenos hicimos también acciones que buscaron ponernos en contacto en las condiciones actuales: escribimos un documento entre más de 65 organizaciones, hicimos ruidazo y proyectorazo (proyectando imágenes sobre las paredes junto con nuestras consignas). También organizamos unos diálogos de la revuelta. De nuevo, se trata de inventar una cita para actualizar nuestros diagnósticos, volver a pensar cómo seguimos.

Los sucesos en Estados Unidos, las imágenes que no paran de llegar de ese levantamiento anti racista y anti fascista en el centro del imperio, nos dan aire a todes, como se repite conjugada una y otra vez la frase de George Floyd, como antes la dijo Eric Garner, como circulan casi como mantra y como grafitti las palabras anteriores y ahora de nuevo recientes de Frantz Fanon: “We revolt simply because, for many reasons, we can no longer breathe”. Esa revuelta que sucede allá nos hace posible respirar después de haber consumido información de números de muertes por Covid-19 en ese país. De muertes que siguen sucediendo ahora en el Tercer Mundo, aunque para el contabilizador necropolítico global no sumen en primer plano como hasta hace unas semanas. Cruzo aquí las palabras de la socióloga y maestra Silvia Rivera Cusicanqui, que dice que hay acciones políticas que funcionan como “una respiración colectiva” y que “actúan como verdadera performance”.  Se trate de una movilización, de una huelga o de una ocupación, las acciones (o suspensiones), envuelven un ritmo y una composición (un amasijo de memoria y futuro) que hacen que circule el aire y así logran que el fuego prenda. Como sabemos: sin aire no hay fuego.

La dimensión transnacional de las luchas en los últimos años empujada por los feminismos que se desarrollaron en los barrios y las organizaciones populares, en los sindicatos y las comunidades, entre las colectivas migrantes y las artistas, entre lxs precarizades y lxs jóvenes, nutrió un sistema de “postas”. Retomemos esa temporalidad que no es puramente acontecimental, sino de proceso político. Pensemos lo que significó el paro feminista en Chile en marzo de 2019 y el modo en que sacudió México en este 2020; la manera en que tomó los territorios autónomos del zapatismo el 8M de 2018 y cómo se inundó las calles de Argentina, España e Italia en 2017. No fue de un día para otro que tomó consistencia la huelga capaz de poner en proyección de masas los vectores transfeministas como huelga general plurinacional. Esas resonancias se detectan en el paro en Ecuador y Colombia que montaron un octubre rojo junto al levantamiento chileno este 2019. Tres sucesos marcados fuertemente por la impronta feminista tanto en sus formas organizativas como en sus demandas concretas y en el vocabulario político. Funciona como un continuum de movilización y organización, sin alisar las geografías, sin desestimar las rugosidades de cada territorio.

Así, hay una triple dimensión del movimiento que se activa: una multiplicidad de luchas que se ponen en contacto, la activación de una escala geográfica que es a la vez situada y transnacional, y una gramática común en construcción que va de hashtags a retóricas específicas, de imágenes a una persistencia organizativa. Una serie de elementos se pliegan y se relanzan de una lucha a otra y generan resonancias inesperadas. El transnacionalismo transfeminista no sólo se expresa en el momento de movilización global, sino que se vuelve “operativo” en los procesos políticos en cada lugar y en el día a día porque cuestiona todos los modos en que las fronteras estructuran un adentro y un afuera, una jerarquía de lo que se visibiliza y lo que no, una línea material que impide derechos, un límite de lo que es remunerado y lo que se considera improductivo. Se rompe así la distinción política, espacial y epistémica donde lo doméstico, lo feminizado y racializado y lo local es lo pequeño, lo que no tiene proyección planetaria. La cartografía es inmediatamente otra: salen del subsuelo los lugares concretos donde se estructuran las opresiones y explotaciones que sostienen la pretendida abstracción del capital.

Tal transnacionalismo está compuesto de momentos intermitentes y muchas veces frágiles, pero en la medida en que son persistentes y capaces de producir nuevas formas de acuerpamiento y de poder, podemos decir que «no son sólo un momento, sino un movimiento«. Tomo aquí prestada la definición que Keeanga-Yamahtta Taylor hizo del movimiento Black Lives Matter cuando también se lo quería confinar a su breve duración y a su modo intempestivo. Son este tipo de movimientos los que ponen en práctica algo que hoy se pregunta no sólo la alta filosofía: ¿qué significa actuar juntxs cuando las condiciones para hacerlo están devastadas? Justo cuando la escena online global permanente de la pandemia pretendía arrebatarnos esa dimensión global, hacerla devenir sólo instancia de contagio y riesgo, de acelere de las injusticias y control de las movilidades, la dinámica transfronteriza vuelve a poner los cuerpos colectivos en contacto.

—Buenos Aires, 4 de junio, 2020



Verónica Gago es profesora en la universidad pública en Argentina y militante feminista.