Esenciales y excluidos

Tengo un sueño recurrente. Un niño con los ojos cerrados presiona su mejilla en contra de la tierra. Con uno de sus oídos escucha con seria determinación el palpitar del mundo, y con el otro, escucha las disímiles voces y sonidos que el viento transporta. Al despertar, reconozco el rostro de ese niño en los rostros de la comunidad que, al igual que la onírica imagen de ese niño, tiene determinación, resiliencia y se rehúsa a ser victimizada. En ese escuchar encuentran el palpitar de la tierra, y a fuerza del viento encauza sus propias luchas y desafíos ante la pandemia. 

El COVID-19 no es la única ni la última, pero si la crisis más reciente que han enfrentado de manera vertiginosa e inesperada nuestras comunidades de color, de clase trabajadora e inmigrante. A partir de este hecho histórico, han surgido muchas interrogantes dentro de ellas: ¿Cómo podemos articular, como comunidad, una respuesta ante esta crisis llena de incertidumbres? ¿Cómo podemos plantear colectivamente, ante el distanciamiento social y el miedo hacia el otro, una respuesta colectiva, equitativa y horizontal? ¿Cómo podemos humanizar nuestras luchas a pesar de que como migrantes de color hemos sido criminalizados por un sistema racista? ¿Como se puede adjetivar y conjugar el acto de oír y escuchar como verbo en la práctica de justicia social que es parte del día a día de nuestras vidas?

A principios del mes de marzo, un sendero lleno de esperanza iluminó nuestro caminar colectivamente en comunidad. La Iglesia El Buen Pastor, ubicada en el barrio de Bay Ridge en sur del condado de Brooklyn donde trabajo como sacerdote desde hace dos años, creó una red de ayuda mutua a través de sus miembros y su comunidad extendida una semana después de que el gobierno de la ciudad de Nueva York anunciara la cuarentena obligatoria para evitar la propagación del virus.

El 13 de marzo, a tan solo unos días de la cuarentena, llegaron a la iglesia del Buen Pastor las primeras dos familias en busca de alimentos. Fue así que comenzamos a compartir el cesto de nuestras ofrendas en un acto de solidaridad, recordándonos que como personas de fe debemos compartir los sagrados alimentos con nuestros hermanos y hermanas. Así, germinaron las semillas de solidaridad comunitaria, en una respuesta generosa, genuina e infatigable ante una pandemia que ha dejado, una vez más, a la mayoría de nuestras familias—indocumentadas y de escasos recursos—excluidas de cualquier ayuda federal y moral.

Hoy día, nuestra congregación, a través de un vasto esfuerzo colectivo, es parte de una extensa red de grupos de ayuda mutua en toda esta urbe. El Coronavirus, que causa el llamado COVID-19, ha hecho más visible el fenómeno de la desigualdad que nuestras comunidades de clase trabajadora, de color e inmigrantes han estado sufriendo desde hace décadas, siglos. Un estado y gobierno policiaco que a través de sus instituciones ha violentado históricamente a las comunidades más vulnerables a nivel socioeconómico.  

El distanciamiento social de 6 pies de distancia se siente y se vive en los “guetos” donde nuestras comunidades han sido desplazadas y forzadas a vivir la discriminación y el racismo en desiertos de alimentos, y en donde se multiplica la desigualdad, la injusticia y la falta de oportunidades, de empleo, rezago educativo y atención médica. 

Valga decir, [somos] la mano de obra que siempre ha estado al frente de todas las crisis, las pandemias y las catástrofes naturales. Esa mano esencial debe ser dignificada y honrada no solo con aplausos. 

En esta pandemia y crisis de salud humanitaria, irónicamente el trabajador que fue excluido de toda ayuda institucional se categorizó como esencial a pesar de seguir siendo ignorado. Esta pandemia ha impactado de diversas formas—principalmente a los trabajadores indocumentados‚ a los deliverys, los campesinos, las trabajadoras domesticas, las niñeras, los cocineros, etc. Esto, a pesar de los agudos aplausos que durante un gran lapso de tiempo durante efervescencia de la pandemia se hacían escuchar en toda la ciudad en punto de las 7:00 pm., y a pesar del ruido de los aviones de guerra en honor a los trabajadores esenciales, los cuales no tuvieron el privilegio de quedarse en casa.

Desde nuestro pequeño santuario, hemos estado practicando la socialización de la esperanza. Ante esta crisis han surgido en este espacio congregacional proyectos, ideas e iniciativas más sustentables, humanitarias y autosuficientes, como una cocina comunitaria, cooperativas, talleres de musicoterapia y son jarocho, y un jardín y azotea verde. La inequidad alimentaria dentro de la clase trabajadora hizo que miembros de nuestra parroquia—algunos de ellos migrantes de origen indígena y campesino—comenzaran a cuestionarse sobre la justicia alimentaria y el acceso a alimentos de calidad. De esa reflexión, comenzamos a reactivar un jardín comunitario, intercambiando semillas y compartiendo los conocimientos ancestrales que hemos aprendido de nuestras abuelas y abuelos y nuestros lugares de origen. Comenzamos sembrando chile, jitomate, hortalizas y plantas medicinales. La necesidad de espacio y sanación hizo que músicos de nuestra comunidad comenzaran a reunirse para al son de la jarana y el zapateado, armonizando nuestro caminar: sembrando, cosechando, tejiendo, cosiendo y construyendo un mundo donde quepan muchos mundos. Así, con el sonido del son del cascabel y la morena, la comunidad se reúne cada semana, respetando la sana distancia y cantando sones con sus cubrebocas.

El desempleo y la inestabilidad económica ha generado la necesidad de buscar nuevos horizontes. Ante la falla de todas nuestras instituciones oficiales ha surgido la interrogante: ¿qué prácticas sustentables podemos adoptar e integrar en esta “nueva normalidad” que nos lleven a vivir más dignamente? 

Estas iniciativas han sido fermentadas por el espíritu de una “nueva normalidad durante una “crisis” que, al mismo tiempo, nos ha llevado a cuestionar y confrontar los anquilosados patrones del sistema colonialista, del imperio, y las formas en que opera el capitalismo salvaje. 

¿Cómo poder sanar las cicatrices y el trauma colectivo e histórico que como comunidad migrante hemos acarreado por generaciones como consecuencia de una irregularidad en nuestro estatus migratorio y la discriminación racial por nuestro color de piel y clase social?

Somos esenciales pero al mismo tiempo somos excluidos. Somos mano de obra barata que cultiva los alimentos que se colocan sobre la mesa. Valga decir, una mano de obra que siempre ha estado al frente de todas las crisis, las pandemias y las catástrofes naturales. Esa mano esencial debe ser dignificada y honrada no solo con aplausos. 

Esta crisis se ha llevado a muchos de nuestros paisanos. Como sacerdote desde nuestra parroquia, he acompañado a muchas familias a despedir dignamente a sus santos difuntos. Este ha sido un adiós sin precedente, hemos llorado a la distancia, en la ausencia, en el miedo y, a su vez, las cenizas de los cuerpos caídos nos han brindado aliento para seguir reconstruyendo en esta “nueva normalidad” un mundo de esperanza, más justo y equitativo. Y en pleno estado de emergencia, el estado policiaco sigue violentando a nuestros hermanos afroamericanos. Ese dolor no es ajeno, sino una lucha compartida por crear un mundo mejor. #Blacklivesmatter nos vino a recordar a los migrantes, que su lucha también es nuestra, que nuestra búsqueda por ese camino minado de la justicia es compartida. 

—New York City, 3 de agosto del 2020


Juan Carlos Ruiz es pastor en la Iglesia Luterana del Buen Pastor en Bay Ridge, Brooklyn. Es cofundador del Ministerio de Migrantes de la Diócesis de Paterson, la parroquia itinerante de Nuestra Señora de Guadalupe, donde estableció dos clínicas para personas indocumentadas y sin seguro médico. En 2007 cofundó el Movimiento Nacional Nuevo Santuario. Ruiz trabajó como organizador de la Coalición de Nuevo Santuario de NYC para expandir las clínicas de orientación legal, el programa de acompañamiento y de Vecindarios Santuario. Luego del huracán Sandy en 2012, Ruiz le abrió las puertas de la Iglesia Luterana St. Jacobi a amigos del movimiento Occupy Wall Street para asistir a las comunidades afectadas, esfuerzo que se conoció como Occupy Sandy.